Erase una vez un pequeño perrito, bautizado como Crispin, que fue abandonado a su suerte hace más de dos años. Su futuro era incierto, pero tenía que sobrevivir, por lo que empezó a rondar los alrededores de una casa rural («Les Elies», Caldes de Montbui, Barcelona) que se encuentra perfectamente escondida en un valle rodeado de denso bosque. El entorno ideal para sentirse a salvo.
Aunque tenía mucho miedo de todo, tuvo la suerte de contar con la solidaridad de las personas que cuidan de la casa, que le fueron alimentando, para garantizar su supervivencia, ofreciéndole una calidad de vida aceptable.
Fue así como Crispin aprendió a convivir con la presencia de estas personas, pero a mucha distancia, sin interaccionar, pues era impensable tocarle y mucho menos cogerle. Sin embargo, aunque el pequeño se espabilaba bien, la preocupación entre sus cuidadores iba en aumento, pues Crispin solía bajar al pueblo y cruzar carreteras… no sabían hasta cuándo duraría su suerte. Deseaban para él una oportunidad mejor.
El panorama no era fácil: un perrito extremadamente desconfiado, sin socializar, al que jamás nadie había acariciado.
Tuvimos que agudizar el ingenio, ya que no aceptaba la presencia de la jaula y el lazo, a campo abierto, no era viable. Así que adaptamos la habitación de la casa que su alimentadora utilizaba para dejarle la comida, acoplamos la puerta de la jaula y realizamos simulaciones previas a distancia, para asegurarnos que entraba.
Ya solo faltaba dar el gran paso, ¡su rescate! Tras un buen rato de idas y venidas, finalmente ayer por la noche se hizo realidad nuestro deseo: Crispin entraba en la habitación-trampa y cerrábamos la puerta.
Fue duro ponerle la correa y el arnés, se lanzaba a morder e intentaba huir, pero poco a poco lo conseguimos: ¡Crispin empieza su nueva vida!